El corazón de Cachi recibiendo la noche |
Dormí en un hotel de mil estrellas, o por lo menos de muchas.
La pieza me venía sofocando así que el colchón que desde el piso me cobija se
traslado de las piedras del dormitorio al pasto del jardín, el clima era
perfecto y la compañía también, Jesi se acurrucó a mi lado y casi dormimos toda
la noche juntos, si no fuese porque un sapo se animó surgir tras las
margaritas; no se pudo resistir y se fue a mostrarle quien es al dueña de la
casa. Recordando las noches de campamento el sueño fue placido y continuo,
lamentablemente el sol se despierta antes que yo y me invitó cortésmente a
levantarme o transpirarme.
Después de un dulce desayuno nos fuimos con Pablo a
marearnos en el ovalo naranja, diez veces un kilómetro teníamos que recorrer en
un tiempo de 3’40”, ni un segundo mas ni un segundo menos, mientras que el
descanso cada dos vueltas y medias lo decidía el corazón, no por romántico sino
por frecuencia, cuando llegaba a 120 por minuto salimos a girar nuevamente. El
sol ya estaba alto y se sentaba sobre nuestros hombros, pero una brisa suave se
apiadaba de nosotros y nos refrescaba. Luego de las 25 vueltas las sensaciones
fueron excelentes, podía seguir dando unas cuantas mas y las pausas promediaban
los 55”, mucha mejor sensación que en las pasadas del tercer día. Parece que el
cuerpo va entendiendo que hay que arreglárselas con el oxígeno que hay y no
buscar mucho más. Sin duda girar con Pablo también ayudó a la cabeza a ir distraída
y olvidarse un poco de cansarse.
Jesi elongando conmigo después de la segunda sesión |
Poco después del mediodía fui a conocer la pileta en la que
entrenan mis compañeros. Está pegada a la pista de atletismo, dentro del camping
municipal, tiene 25 metros y una cubierta transparente retraible que
encontramos abierta al llegar pero cerraron al caer una fugaz y tenue lluvia.
Para entrar por primera vez se necesita aprobar la revisación médica, pero era
entendible que a la hora de la siesta la enfermera no estuviese, por lo que acordamos
hacerla al salir del agua y hacerme responsable de cuantos contagios provocase.
Luego de refrescarme un poco y que Pablo nadara unos 3.000m cumplí con lo
prometido; además de ver si había algún tipo de flora entre los dedos de mis
pies buscaron entre los cabellos de mi nuca lo cual me generó varios
interrogantes. ¿Siguen existiendo los piojos? Y no me refiero a la antigua banda
de Ciro. ¿Habrán corrido ya la misma suerte de los dinosaurios? ¿O alguna
entidad caritativa vela por mantener la especie viva? En fin, con esta y varias
dudas mas volví caminando meditabundo a la casa.
Una de las siestas más profundas de las que tengo recuerdo
fue el postre del tardío almuerzo y luego partimos a la pista de avión,
nuevamente con Pablo, para regenerar durante 50 minutos. Nos sorprendió por
primera vez la alta presencia policial en esa cinta de asfalto perdida en la
montaña, como también me había sorprendido su existencia teniendo en cuenta que
no la usan los vuelos comerciales. Sea como sea está allí y es uno de los pocos
lugares donde podemos correr casi en plano, así que bienvenida sea aunque, como
tantas veces, nunca sepamos el por qué ni el para qué.
Enero avanza y Cachi ya se transformo en una ciudad turística
hecha y derecha, caras nuevas vienen y se van embebidas de paz, montañas y
cordialidad. Otras caras nuevas también aparecen que su estadía no se supone
tan efímera, cada vez mas atletas aparecen por los circuitos, sobre el tartán o
escalando con las rodillas altas alguna cuesta. Ya nos vamos sintiendo un poco
cacheños, la asombrosa capacidad de adaptación de los humanos no es una
excepción en nosotros y a veces nos olvidamos que no nacimos acá y solo es un
momento más una suma de instantes que llamamos vida.
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