Hay una frase que me gusta mucho “el secreto está en el equilibrio”.
Y no la escuche de un amigo que trabaja en la cuerda floja
de un circo, sino que realmente creo que muchísimas veces lo mejor y lo más
difícil es encontrar el punto justo de cada actividad, de cada actitud, de cada
momento, incluso de la sal en la comida. Porque ya que estamos con las frases,
es feo comer sin sal, pero peor en comer sal sola. De la misma manera es malo
no buscar nunca el límite en el entrenamiento, pero peor es buscarlo en todas
las sesiones.
En el mundo del running el equilibrio es indispensable para
mejorar, y no me refiero la capacidad de balancearnos alternadamente sobre cada
una de nuestras piernas, sino al administrar armoniosamente los ingredientes
que terminan conformándonos como atletas.
Sin duda es este un deporte que cautiva a quienes nos gusta
buscar nuestros límites, sorprendernos de cuanto somos capaces, ir por más; más
rápido, más fuerte, más lejos, más repeticiones, más kilómetros, más, más, más…
En muchos casos ese espíritu nos mejora día a día, nos acerca a nuestras metas
y nos lleva a lugares que quizás nunca habíamos imaginado. Pero en otras
ocasiones puede volverse en nuestra contra. Entrenar nos lleva construir paso a
paso una mejor persona, por ese camino aparecen obstáculos y al sortearlos vamos
perfeccionándonos; muchas veces el dolor es uno de ellos, luchamos por
superarlo e infinidad de veces los vencemos pero perder de vista el foco y pensar que
siempre entrenar más es mejor y que superar cualquier dolor es bueno puedo
llevarnos a perder el rumbo.
El diseño del cuerpo humano es fascinante, millones de
sensores lo monitorean constantemente. El saber escucharlos y entender su
idioma es una herramienta enorme para mejorar nuestro rendimiento. Entender que
hay muchos dolores diferentes; algunos significan que estamos mejorando, otros
que son el límite que nunca habíamos cruzado y que buscando un poco más
encontraremos algo nuevo, pero otros nos alertan sobre una estructura que está
sobrecargada o un esfuerzo que nos está dañando. Estar atento a ellos y actuar
inteligentemente de acuerdo a sus señales muchas veces es la diferencia entre
un crecimiento continuo año a año o empezar de cero luego de cada lesión.
En su libro "Entrenamiento de la resistencia", Cesar Roces deja
esta idea; el que más progresa no es el que más entrena sino el que más
entrenamientos asimila. Voy a poner un ejemplo que me tocó vivir y me llamó mucho
la atención. Este año nos fuimos con un grupo de corredores a entrenar un fin
de semana a Tandil, éramos unas treces personas. Para ubicarnos en el nivel atlético
de cada uno, yo ya estaba corriendo debajo de 33 minutos los 10k y el segundo más
rápido del grupo estaba a unos 10 minutos de mi marca, de allí para arriba el
resto del grupo. Lo que me sorprendió fue que todos entrenaron mucho más fuerte
que yo; más kilómetros, más intensidad. No fue porque entrenase muy poco,
cumplí un plan similar al de todos los fines de semana, simplemente todos
salieron a buscar mucho más. Hablando con algunos un par de días después seguían
muy doloridos, recuperándose recién a finales de la semana. Esa misma semana yo
pude entrenar con normalidad y hacer varios estímulos intensos. Sin duda en el
grupo había la mejor voluntad y entusiasmo de mejorar y superarse, todos habían
viajado cientos de kilómetros con ese fin, pero a veces ese entusiasmo nos puede
jugar en contra. A veces con más se
logra menos.
Una buena forma de canalizar esa energía por dar más puede
ser dirigirla a otros aspectos del entrenamiento, no todo queda en lo que se
haga en la pista o sobre nuestras zapatillas, también descansar mejor,
alimentarnos más sanamente, elongar regularmente o fortalecer mejor nuestra
mentalidad competitiva puede darnos muchos más resultados que un fondo sufrido
o resistir una lesión. Buscar equilibrar
nuestras ganas puede alinearnos mejor con nuestros sueños.