sábado, 11 de enero de 2014

Crónicas Cacheñas IX

Otra mañana radiante nos dio el buen día en Cachi, cielos limpios decorados con nubes son casi tan permanentes acá como las montañas. Poco a poco el día empezaba a moverse y salí sólo y tranquilo hacía la pista de atletismo para trotar 50 minutos que regenerasen mi cuerpo. La montaña aún se sentía dura en las piernas y si bien de a poco se soltaron, no pasaron de un ritmo cacheño. Era el peaje que había que pagar para estar un poco mejor a la tarde.
Tuvimos un almuerzo de despedida con Pablo, él se fue para Córdoba hoy, fue uno de las grandes alegrías de este viaje conocerlo y compartir tiempo juntos, ojalá haya mucho más en el futuro. De postre hubo siesta; profunda y suave. De ella me desperté como si fuese un nuevo día y nuevamente de a poco empezó a tomar inercia la tarde. De nuevo sólo pero esta vez con distinto destino, salí a recorrer un circuito muy parecido a “Cachi adentro” pero un poco más corto, fue algo más de 16 kilómetros. Comenzando por el mismo camino, con subidas casi constantes, pero un poco antes de llegar a la cima se toma un atajo que le restan 4 kilómetros a la vuelta. La subida fue bien marcada con viento en contra, el descenso al ser mas zigzagueante no puso siempre el viento de cola e incluso en algún momento volvió a estar de frente. Pero la sensación fue buena, mucho mejor que a la mañana, y terminó dando un promedio de 4’07”/km para un esfuerzo de fondo movido. Me limpió un poco el polvo que había dejado la montaña el día anterior.
Luego una hora de elongación como entrada antes de la cena exquisita de Martín Aragno, el chef de la casa. Un día típico de entrenamiento, sin grandes hitos, pero disfrutando de las cosas sencillas, el viento en la cara, el sol en los hombros, el camino en los pies. Días en que la felicidad que nos recibamos está en gran medida en con que ojos los miremos. El mundo gira siempre, muchas veces ser feliz es solo una opción.
Poco antes de salir a correr por la tarde llegó al tranquilo pueblo de Cachi una visita poco común. La lluvia se largó al ritmo del pueblo; tranquila, sin apuro, mojando por igual al rico y al mendigo, fue haciéndose dueña de la tarde. Quizás me guiñó el ojo y se fue a dormir la siesta justo cuando yo corría, pero después volvió para meterse poco a poco en la noche y poner, sobre el fin del sábado cacheño, un manto de paz y frescura. La plaza se mojaba solitaria, los bares miraban desde adentro, nadie corría esquivando las gotas pero tampoco se quedaban quietos, tranquilamente las gentes atravesaban el centro en todos los sentidos, buscando el fin del día. Las luces se reflejaban en las piedras mojadas como mostrando la alegría de despedir por un tiempo el calor. Todo se sumió en una tranquila frescura y nuestros sueños fueron a buscar el abrigo de las casas, esperando mañana volver a nacer con el sol.

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