jueves, 9 de enero de 2014

Crónicas Cacheñas VII

Desde anoche empezaron los festejos, un jolgorio descontrolado que se inicio a las doce en punto con el comienzo del treinta y cinco aniversario de Pablo Ureta; no nos privamos de nada en el restaurant Del Sol; agua con gas, lemon pie con velita y hasta sprite para brindar. Exhaustos de tanto desenfreno antes de la una volvimos a la casa. Temo que esta vida nos aleje de los objetivos deportivos.Pero a la mañana pude recomponerme y salir a entrenar relativamente temprano. Fui muy despacio hasta la pista de aviones de la cual estamos a un poco más de un kilómetro pero de una abrupta subida, así que recién prendí el cronómetro al llegar al falso llano de la pista. Y descubrí que era bastante más falso de lo que yo pensaba ya que me mantuve 70 minutos corriendo parejo a 152 pulsaciones pero mientras que subía a 4’07”/km bajaba a 3’37”/km, más allá de eso terminé muy contento con un promedio de 3’52”/km y una medalla de sangre en pecho que demuestra que la banda cardiaca del Garmin no fue diseñada para mi piel. No importó mucho, la remera se lava.


La siesta no faltó a la cita pero esta vez fue acompañada por el fin de un hermoso y atrapante laberinto, recorrí las páginas finales de la novela en la cual el novel colombiano Gabriel García Márquez nos obsequia el viaje final del general Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar y Palacios quien “Había arrebatado al dominio español un imperio cinco veces más vasto que las Europas, había dirigido veinte años de guerras para mantenerlo libre y unido, y lo había gobernado a pulso firme hasta la semana anterior” de partir hacia su encuentro con la muerte. “El general en su laberinto” me atrapó desde las primeras páginas, me buscó y me encontró tanto en las siestas cacheñas como en las noches cálidas de este poblado salteño. Recomiendo a quien admire las gestas de los mortales que hicieron sudamérica estás páginas, en las cuales no encontraran relatos de guerra ni narraciones de congresos fundadores sino el viaje en el cual El Libertador se encuentra con su triste fatalidad, ser mortal.
Por la tarde en un regenerativo en la pista de atletismo me encontré con muy buenas sensaciones, casi como si estuviera trotando en mi querido Lobos. Hice la última mitad acompañado por María Peralta, seguramente muchos la conozcan, fue nuestra representante tanto en la maratón de los Juegos Olímpicos de Londres como en la del mundial de atletismo en Moscú, y por Lucas, su compañero de entrenamiento. Una amistosa y fluida charla me hizo literalmente olvidarme del reloj al punto de hacer poco más de diez minutos de lo pensado, sin duda hay días que es muy fácil entrenar.
Por la noche el descontrol no duerme y un asado me espera en el patio de la casa, los festejos por el aniversario de Ureta siguen a pleno fuego y no quiero ni imaginar donde pueden terminar.
Ya una semana en tierra salteña, justo en mitad el viaje todo marcha demasiado bien como para pensar que pueda terminar de otra forma. No dudo que la alegría me seguirá acompañando hasta el final del laberinto.

 

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