martes, 14 de enero de 2014

Crónicas Cacheñas XII

No importa si son dos semanas, cuatro o seis, cuando llego a los últimos días de un viaje comienzan a mezclarse las emociones entre disfrutar lo último que queda y las ganas de estar en mi hogar. Sin duda este es un lugar soñado para entrenar y lo estoy disfrutando plenamente, pero a su vez mi casa es mi lugar en el mundo, y en cierta medida el final de cada camino. Así estamos transitando por estos últimos días; entre las ganas de que dure un poco más y los deseos de estar tocando el piano o jugando con mis perras.
Hoy tocaba recuperar un poco de energías para afrontar los dos últimos días. Por la mañana troté por Palermo; no imaginen el mayor barrio porteño, menos aún la localidad Italiana homónima, sigo en Cachi, no me fui aún. Acá se denomina así al camino que lleva hacía el pueblito de Palermo, al norte de Cachi. Es un trazado que sube levemente hasta la mitad de su recorrido para luego continuar con subidas y bajadas abruptas pero cortas. Apenas si llegué a hacer algunas de esas cortadas cuando ya se cumplió la medía hora y tuve que volver sobre mis pasos, disfrutando de la tenue bajada que me había ganado al subir. Fui sin ningún tipo de apuro, dejando que el reloj marcase el ritmo que quisiera y solo preocupado por disfrutar del paisaje. En algún punto podía asomarme al barranco que caía hacía el río Cachi, que fino y perezoso serpenteaba por su ancho cauce, y deleitarme con un paisaje enorme y cambiante. Las casas diminutas en la costa del río, el largo puente de la ruta 40 al final del paisaje, los sombrados sobre la costa sur del cauce. La vuelta era solo dejarme llevar por la gravedad y eso hice.
Por la tarde, luego de la siesta de rigor nos recibió la lluvia; lenta, tranquila, suave se extendía por el pueblo. No es nada común que llueva tanto acá, si bien no debe haber sumado ni diez milímetros de lluvia desde que llegamos para Cachi es un diluvio. Esperando que las nubes me volvieran a consentir aguardé a que pararan de llorar. Y cerca de las seis así fue, las gotas cesaron y los rayos del sol empezaron a asomarse. Salí hacía la pista de atletismo para hacer otros 45 minutos sin apuro, había algunos atletas que ya estaban terminando y no encontré con quien girar, así que solo empecé a dar vueltas al ovalo naranja. La lluvia reciente se sentía en la suavidad del tartán, un par de charcos tachonaban el andarivel cuatro por el que giraba y poco a poco el tiempo fue pasando. Sobre el final el sol se escondió y las nubes conquistaron la totalidad del límpido cielo salteño, la lluvia volvió a caer como una bendición y me regaló la experiencia del agua del cielo en mi carrera por Cachi. Sin frío, sin viento, casi como una caricia que me relajaba para mañana, el último entrenamiento de pasadas en estos suelos.
Empieza a intrigarme cómo será el regreso, que cambios se produjeron en mi cuerpo en estos días, si notaré algo al volver a entrenar en Lobos. Es otro de los motivos por los que quiero volver, para medirme en un medio conocido y ver si mis piernas se sienten distintas. Cómo siempre el tiempo lo dirá.

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