Me encontraba en la mitad de la estadía en Cachi, ya había
escalado hasta la cima, ahora quedaba el descenso. Pero nadie dijo que bajar
fuese más fácil que subir. Como el descenso de una montaña rusa, estaría lleno
de curvas y contracurvas, depresiones y ascensos abruptos, rectas plenas de
velocidad y desaceleraciones sorpresivas. Los invito a zambullirse conmigo, en
esta montaña rusa de emociones, que fueron mis últimos días en Cachi.
Después de la excelente jornada que había tenido en la
pista, reconciliándome con el deporte, vendría un típico día de regeneración. Un
doble turno de trotes suaves, para acondicionar el cuerpo, en busca de más
velocidad. Al día siguiente, tocaba un interesante entrenamiento, doce pasadas
de cuatrocientos, con pausas largas, buscando una buena recuperación y atacar
nuevamente, una vez tras otra. Tanto acá, como al regreso, es común perder un
poco la noción de los ritmos, y esta vez me jugó una mala pasada.
Salí a girar
la primer vuelta a la pista, buscando ir fuerte, pero no pude ver el parcial de
los 200 metros (por tener mal configurado el reloj), y terminé corriendo
demasiado fuerte la primer pasada. Debería sonar bien, ser un impulso anímico,
pero en realidad, si algo debe saber controlar un corredor de fondo, es las
dosis de energía. Salí muy fuerte, disparé el ácido láctico demasiado temprano
en mi cuerpo, y aún quedando once pasadas por delante, era mucho camino por
recorrer. Estaban partidas en bloques de cuatro, siendo la última de cada
bloque un poco más rápida. Como pude completé el primer bloque, pero pasada la
cuarta, ya no me importaban los tiempos ni los ritmos, sino saber si terminaría
o no el entrenamiento. La sensación de ahogo era tan fuerte después de cada
vuelta, que no me avergüenzo en decir que realmente me asusté, nunca me había
sentido así antes, no había forma de que me entrara el aire en los pulmones,
sentía la desesperación de no controlar la situación y desconocer que podría
pasar. El segundo bloque fue muy lento, ya sólo corría por llegar, incluso
pensé en hacer diez (lo cual era la idea original, pero después de las pasadas
anteriores subimos a doce), pero a pesar de la muerte, de a poco iba
resucitando. Cuando termino la novena (que hasta ese momento consideraba la
anteúltima), me encuentro con un tiempo bastante bueno, parecía que el ojo de
la tormenta había pasado, y no le encontré sentido a cortar en diez, si aún
podía correr dentro de lo planeado. Continué hasta las doce, y terminé con esa
alegría que da completar un entrenamiento que se pensaba abandonado.
La euforia
me duró lo que el calor en el cuerpo, una vez bañando y analizando el entreno,
vino la bronca por haber corrido tan desparejo, por no saberme medir de
entrada. Por la tarde, con 45 minutos de regenerativo bajo la lluvia, llegaría
la reflexión, no iba a ser la última vez que me equivoque, estaba en mi
aprovechar y aprender para la próxima, o quedarme solamente lamentando el
error. Aún quedaba mucho camino por delante, y el vagón iba a subir y bajar
varias veces en la montaña.
El domingo se venía con un solo turno, la vuelta a Cachi
adentro. Ya había quedado muy contento, con la primer vuelta a ese circuito,
allá por el tercer día. Había bajado, en mucho, mí tiempo con respecto al año
pasado y no tenía intenciones de seguir bajando más. Pero el destino tenía
otros planes. Empiezo a correr y descubro, que me había olvidado en reloj con
el parcializador activado a cada kilómetro. No sé bien porque, pero cuando
corro solo, principalmente en un fondo largo, el saber a cuanto paso cada
kilómetro me empuja a ir a más. Nunca lo había usado en Cachi adentro, pero
tenía una noción de a qué ritmo subía y en cuanto bajaba, por lo que fue casi
inevitable competir contra esa referencia. El cuerpo respondía y lo apuraba
cada vez un poco más, sin llegar al borde del desenfreno, entendiendo que era
un fondo y no una carrera, me fui dejando llevar por esos caminos polvorientos,
empujado al ver, en cada kilómetro, que podría correr más rápido aún que el
tercer día. Terminé la vuelta dos minutos antes, seis minutos más rápido que el
año pasado, estaba en la cima de la euforia, realmente la alegría me
desbordaba. En esos momentos era imposible pensar que; todo lo que sube tiene
que bajar.
El lunes arrancaba extraño, al contrario de cómo es siempre
acá, el regenerativo iba a la mañana y las pasadas a tarde. La idea era llegar
un poco más recuperado. Pero 24 horas después el cuerpo era otro. Las piernas
estaban pesadas, la cabeza no estaba convencida, y lo peor de todo, el cuerpo
no se sentía bien. Tuve que ir al baño después de la entrada en calor, antes de
largar las pasadas, a pesar de que ya había ido justo antes de empezar el
entrenamiento. Tocaban 16 de 400 metros, pero más tranquilas, a ritmo, como
para sumar volumen. Aprendida la lección, salí bien tranquilo, buscando
estrategias mentales para que parezcan pocas. Los tiempos iban saliendo pero la
sensación no era buena, apenas pude llegar bien hasta la quinta, ya en la sexta
salida me olvidé del tiempo, lo único importante de terminar la vuelta era estar
más cerca del baño, fui directamente, aún sabiendo, que el entreno podía irse
por el inodoro.
Nunca apagué el reloj, de alguna forma se tendría que poder
acomodar, no podía reconocer que me fuera a ganar el cuerpo. Algunos minutos
después salí del baño y volví a largar, quizás no todo estaba perdido. Pero
doscientos metros bastaron para convencerme, no había forma de llevarlo, menos aún
de hacer once pasadas más. De golpe, en un entrenamiento que aparecía fácil, me
encontré abandonando mis primeras pasadas en Cachi. El vagón caía a lo más
profundo, realmente estaba muy triste.
Algo de tiempo, unos chocolates y una charla telefónica con
mi entrenador (que por suerte está en Argentina) ponían las cosas en su lugar,
le daban la perspectiva adecuada a cada entrenamiento. Ni era el mejor del
mundo por haber fondeado muy bien el domingo en Cachi adentro, ni era el peor
del planeta por abandonar unas pasadas el lunes. Todo era parte de un proceso y
lo mejor que podía hacer era calmar las aguas, enfriar la cabeza y seguir remando.
Pero sin duda que, es mucho más fácil decirlo que hacerlo.
El martes amaneció como mi ánimo; frío, nublado y con pronóstico de lluvia. Era
el momento de hacer la vuelta corta de Cachi adentro (en vez de los 20
kilómetros del circuito, por una atajo pasaban a ser 17), y salí a cumplir. No
hubo empuje, no conté kilómetros, a poco de empezar las primeras gotas se
sumaron al frío. Nunca entré en calor, sólo pensé en seguir, y en terminar, con
la lluvia acompañándome hasta el final. No fue un buen día, pero lo corrí y me
llevé, la mínima alegría, de sumar un granito más de arena. Ya por la tarde,
los 45 de regenerativo, no fueron muy diferentes, pero salieron.
Y vino el miércoles, y con él la despedida de la pista.
Ultimo entrenamiento sobre el tartán de Cachi, debería ser una fiesta, pero la
verdad que la previa no había sido la mejor. Igualmente empujé las piernas,
empujé al viento, pero principalmente empujé la cabeza. Fueron doce de 300,
donde poco a poco me fui soltando, corriendo cada vez más rápido, cumpliendo
con los tiempos y hasta terminando por debajo de ellos. Lo había hecho, la
pista llegaba a su fin, había puesto lo mejor de mí y nuevamente el vagón
retomaba velocidad, quedaba muy poco de montaña rusa por delante. Ya se veía el
fin del recorrido. En el segundo turno me regalé el atardecer corriendo y de
paso sacando unas lindas fotos, el día llegaba a su fin, casi junto con el
viaje.
Hoy es jueves, último día completo en Cachi, por la mañana tenía
el 16vo día de entrenamiento, ese en el que pensé al sacar los pasajes hace ya
varios meses. Dieciséis días, dos más que el año pasado, era una buena
progresión. ¿Y qué mejor forma de cerrarlo que recorriendo el circuito más
vistoso y sufrido de todos: Cachi adentro? Si, nuevamente a recorrer el valle,
a cerrar el anillo alrededor del río Cachi, a despedirme de esta tierra mágica.
Era una buena oportunidad para aplicar algo de lo aprendido; no era necesario
ser el más rápido, tampoco deprimirme siendo el más lento, era una nueva oportunidad
de salir a correr, de empujar y disfrutar al mismo tiempo, de sentir el camino
bajo los pies, pero poniendo la mirada en la naturaleza que nos atraviesa. Y
así fue, no hice el tiempo más rápido, tampoco corrí para cumplir, pero si
disfruté cada kilómetro, fui siempre consciente del hermoso lugar donde podía
correr, de cómo lo iba a estar esperando hasta el año que viene, de que feliz
soy haciendo esto.
Oficialmente terminé mi entrenamiento en Cachi, ahora me queda
la tarde para pasear y saborear sorbo a sorbo los últimos minutos en este
pueblo mágico, donde me siento tan en casa, estando tan lejos de todo. Tomar
unos mates en la plaza, disfrutar la peña en Del Sol, inundarse del atardecer
en las montañas, sentir que manejamos el tiempo, que estiramos la vida, que lo
único que corre acá es mi cuerpo y el arroyo, todo lo demás no tiene apuro, llega
en el momento justo y se prolonga lo necesario, ni más, ni menos.
Mañana no entreno, sólo salgo a despedirme de estos caminos
trotando cuarenta y cinco minutos, bien temprano, para esperar puntual el remís
a las 9, el vuelo a las 14 y la combi a Lobos a las 19:30. Horarios, viajes,
esperas. Todo eso será mañana. Hoy me queda Cachi por vivir. Perderme por sus
calles y encontrarme en su plaza. Subir por sus veredas y bajar por sus acequias.
Mojarme en su río y secarme en su sol. Hoy vivo en Cachi, mañana Cachi vivirá
en mi corazón.
¿Querés saber como empezó esta historia?
Primer crónica de mi estadía en Cachi
Segunda crónica de mi estadía en Cachi
Primer crónica de mi estadía en Cachi
Segunda crónica de mi estadía en Cachi