jueves, 22 de enero de 2015

Cachi: Montaña rusa de emociones. Tercera crónica

Me encontraba en la mitad de la estadía en Cachi, ya había escalado hasta la cima, ahora quedaba el descenso. Pero nadie dijo que bajar fuese más fácil que subir. Como el descenso de una montaña rusa, estaría lleno de curvas y contracurvas, depresiones y ascensos abruptos, rectas plenas de velocidad y desaceleraciones sorpresivas. Los invito a zambullirse conmigo, en esta montaña rusa de emociones, que fueron mis últimos días en Cachi.
Después de la excelente jornada que había tenido en la pista, reconciliándome con el deporte, vendría un típico día de regeneración. Un doble turno de trotes suaves, para acondicionar el cuerpo, en busca de más velocidad. Al día siguiente, tocaba un interesante entrenamiento, doce pasadas de cuatrocientos, con pausas largas, buscando una buena recuperación y atacar nuevamente, una vez tras otra. Tanto acá, como al regreso, es común perder un poco la noción de los ritmos, y esta vez me jugó una mala pasada.
Salí a girar la primer vuelta a la pista, buscando ir fuerte, pero no pude ver el parcial de los 200 metros (por tener mal configurado el reloj), y terminé corriendo demasiado fuerte la primer pasada. Debería sonar bien, ser un impulso anímico, pero en realidad, si algo debe saber controlar un corredor de fondo, es las dosis de energía. Salí muy fuerte, disparé el ácido láctico demasiado temprano en mi cuerpo, y aún quedando once pasadas por delante, era mucho camino por recorrer. Estaban partidas en bloques de cuatro, siendo la última de cada bloque un poco más rápida. Como pude completé el primer bloque, pero pasada la cuarta, ya no me importaban los tiempos ni los ritmos, sino saber si terminaría o no el entrenamiento. La sensación de ahogo era tan fuerte después de cada vuelta, que no me avergüenzo en decir que realmente me asusté, nunca me había sentido así antes, no había forma de que me entrara el aire en los pulmones, sentía la desesperación de no controlar la situación y desconocer que podría pasar. El segundo bloque fue muy lento, ya sólo corría por llegar, incluso pensé en hacer diez (lo cual era la idea original, pero después de las pasadas anteriores subimos a doce), pero a pesar de la muerte, de a poco iba resucitando. Cuando termino la novena (que hasta ese momento consideraba la anteúltima), me encuentro con un tiempo bastante bueno, parecía que el ojo de la tormenta había pasado, y no le encontré sentido a cortar en diez, si aún podía correr dentro de lo planeado. Continué hasta las doce, y terminé con esa alegría que da completar un entrenamiento que se pensaba abandonado. 

La euforia me duró lo que el calor en el cuerpo, una vez bañando y analizando el entreno, vino la bronca por haber corrido tan desparejo, por no saberme medir de entrada. Por la tarde, con 45 minutos de regenerativo bajo la lluvia, llegaría la reflexión, no iba a ser la última vez que me equivoque, estaba en mi aprovechar y aprender para la próxima, o quedarme solamente lamentando el error. Aún quedaba mucho camino por delante, y el vagón iba a subir y bajar varias veces en la montaña.
El domingo se venía con un solo turno, la vuelta a Cachi adentro. Ya había quedado muy contento, con la primer vuelta a ese circuito, allá por el tercer día. Había bajado, en mucho, mí tiempo con respecto al año pasado y no tenía intenciones de seguir bajando más. Pero el destino tenía otros planes. Empiezo a correr y descubro, que me había olvidado en reloj con el parcializador activado a cada kilómetro. No sé bien porque, pero cuando corro solo, principalmente en un fondo largo, el saber a cuanto paso cada kilómetro me empuja a ir a más. Nunca lo había usado en Cachi adentro, pero tenía una noción de a qué ritmo subía y en cuanto bajaba, por lo que fue casi inevitable competir contra esa referencia. El cuerpo respondía y lo apuraba cada vez un poco más, sin llegar al borde del desenfreno, entendiendo que era un fondo y no una carrera, me fui dejando llevar por esos caminos polvorientos, empujado al ver, en cada kilómetro, que podría correr más rápido aún que el tercer día. Terminé la vuelta dos minutos antes, seis minutos más rápido que el año pasado, estaba en la cima de la euforia, realmente la alegría me desbordaba. En esos momentos era imposible pensar que; todo lo que sube tiene que bajar.
El lunes arrancaba extraño, al contrario de cómo es siempre acá, el regenerativo iba a la mañana y las pasadas a tarde. La idea era llegar un poco más recuperado. Pero 24 horas después el cuerpo era otro. Las piernas estaban pesadas, la cabeza no estaba convencida, y lo peor de todo, el cuerpo no se sentía bien. Tuve que ir al baño después de la entrada en calor, antes de largar las pasadas, a pesar de que ya había ido justo antes de empezar el entrenamiento. Tocaban 16 de 400 metros, pero más tranquilas, a ritmo, como para sumar volumen. Aprendida la lección, salí bien tranquilo, buscando estrategias mentales para que parezcan pocas. Los tiempos iban saliendo pero la sensación no era buena, apenas pude llegar bien hasta la quinta, ya en la sexta salida me olvidé del tiempo, lo único importante de terminar la vuelta era estar más cerca del baño, fui directamente, aún sabiendo, que el entreno podía irse por el inodoro.
Nunca apagué el reloj, de alguna forma se tendría que poder acomodar, no podía reconocer que me fuera a ganar el cuerpo. Algunos minutos después salí del baño y volví a largar, quizás no todo estaba perdido. Pero doscientos metros bastaron para convencerme, no había forma de llevarlo, menos aún de hacer once pasadas más. De golpe, en un entrenamiento que aparecía fácil, me encontré abandonando mis primeras pasadas en Cachi. El vagón caía a lo más profundo, realmente estaba muy triste.
Algo de tiempo, unos chocolates y una charla telefónica con mi entrenador (que por suerte está en Argentina) ponían las cosas en su lugar, le daban la perspectiva adecuada a cada entrenamiento. Ni era el mejor del mundo por haber fondeado muy bien el domingo en Cachi adentro, ni era el peor del planeta por abandonar unas pasadas el lunes. Todo era parte de un proceso y lo mejor que podía hacer era calmar las aguas, enfriar la cabeza y seguir remando.
Pero sin duda que, es mucho más fácil decirlo que hacerlo. El martes amaneció como mi ánimo; frío, nublado y con pronóstico de lluvia. Era el momento de hacer la vuelta corta de Cachi adentro (en vez de los 20 kilómetros del circuito, por una atajo pasaban a ser 17), y salí a cumplir. No hubo empuje, no conté kilómetros, a poco de empezar las primeras gotas se sumaron al frío. Nunca entré en calor, sólo pensé en seguir, y en terminar, con la lluvia acompañándome hasta el final. No fue un buen día, pero lo corrí y me llevé, la mínima alegría, de sumar un granito más de arena. Ya por la tarde, los 45 de regenerativo, no fueron muy diferentes, pero salieron.
Y vino el miércoles, y con él la despedida de la pista. Ultimo entrenamiento sobre el tartán de Cachi, debería ser una fiesta, pero la verdad que la previa no había sido la mejor. Igualmente empujé las piernas, empujé al viento, pero principalmente empujé la cabeza. Fueron doce de 300, donde poco a poco me fui soltando, corriendo cada vez más rápido, cumpliendo con los tiempos y hasta terminando por debajo de ellos. Lo había hecho, la pista llegaba a su fin, había puesto lo mejor de mí y nuevamente el vagón retomaba velocidad, quedaba muy poco de montaña rusa por delante. Ya se veía el fin del recorrido. En el segundo turno me regalé el atardecer corriendo y de paso sacando unas lindas fotos, el día llegaba a su fin, casi junto con el viaje.
Hoy es jueves, último día completo en Cachi, por la mañana tenía el 16vo día de entrenamiento, ese en el que pensé al sacar los pasajes hace ya varios meses. Dieciséis días, dos más que el año pasado, era una buena progresión. ¿Y qué mejor forma de cerrarlo que recorriendo el circuito más vistoso y sufrido de todos: Cachi adentro? Si, nuevamente a recorrer el valle, a cerrar el anillo alrededor del río Cachi, a despedirme de esta tierra mágica. Era una buena oportunidad para aplicar algo de lo aprendido; no era necesario ser el más rápido, tampoco deprimirme siendo el más lento, era una nueva oportunidad de salir a correr, de empujar y disfrutar al mismo tiempo, de sentir el camino bajo los pies, pero poniendo la mirada en la naturaleza que nos atraviesa. Y así fue, no hice el tiempo más rápido, tampoco corrí para cumplir, pero si disfruté cada kilómetro, fui siempre consciente del hermoso lugar donde podía correr, de cómo lo iba a estar esperando hasta el año que viene, de que feliz soy haciendo esto.
Oficialmente terminé mi entrenamiento en Cachi, ahora me queda la tarde para pasear y saborear sorbo a sorbo los últimos minutos en este pueblo mágico, donde me siento tan en casa, estando tan lejos de todo. Tomar unos mates en la plaza, disfrutar la peña en Del Sol, inundarse del atardecer en las montañas, sentir que manejamos el tiempo, que estiramos la vida, que lo único que corre acá es mi cuerpo y el arroyo, todo lo demás no tiene apuro, llega en el momento justo y se prolonga lo necesario, ni más, ni menos.

Mañana no entreno, sólo salgo a despedirme de estos caminos trotando cuarenta y cinco minutos, bien temprano, para esperar puntual el remís a las 9, el vuelo a las 14 y la combi a Lobos a las 19:30. Horarios, viajes, esperas. Todo eso será mañana. Hoy me queda Cachi por vivir. Perderme por sus calles y encontrarme en su plaza. Subir por sus veredas y bajar por sus acequias. Mojarme en su río y secarme en su sol. Hoy vivo en Cachi, mañana Cachi vivirá en mi corazón.

domingo, 18 de enero de 2015

Cachi: Pelea y reconciliación. Segunda crónica

Dicen que, lo mejor de las peleas, son las reconciliaciones; corriendo no es la excepción. No hay nada mejor que un buen entrenamiento, para volver a reconciliarse con el deporte.
Todo empezó hace unos días, después de la excelente sensación que me había dejado el circuito de Cachi adentro, seguí con un doble turno regenerativo y trabajos técnicos. Al siguiente día, diez pasadas de 800, me hicieron sentir muy bien en la pista, cada vez más cómodo a 2.300 msnm y con ganas de buscar más. Incluso tuve otro día de doble salida tranquila, compartiendo con el Colo Mastromarino y Matías Schiel, fuimos ondulando por el camino a Payogasta. Todo venía tranquilo, quizás demasiado.
La pista de aviones, el año pasado junto a Ezequiel Morales
El martes tocaban 70 minutos a menos de 155 pulsaciones, un entrenamiento que ya había hecho el año pasado, una nueva oportunidad de medirme contra el Ezequiel de treinta años, estaría bueno ver que podía hacer a los treinta y uno. Si bien no es el ideal, el mejor lugar para hacer ese entrenamiento en Cachi es la pista de aterrizaje de aviones, un falso llano que aunque tiene una pendiente marcada, al menos nos libera de las ondulaciones constantes y nos permite un ritmo más regular. Con una longitud de casi una milla, el imponente contorno montañoso nos libera, en parte, de la monotonía de ir y venir por una recta asfaltada. El escenario y el desafío estaba planteado, otra vez, sólo faltaba salir a correr. Pero como no todo es correr en la vida, abro un paréntesis para contar la noche previa.
Había empezado como una noche más, ya temprano me encontraba en Del Sol para navegar un poco en la red y degustar, en soledad, la exquisita ensalada de la casa. Nada parecía anticipar lo que me encontraría. Como tantas veces llegó el Quitu para acompañar su voz con la guitarra, fueron un par de temas para entrar en calor, y luego esperar que llegara algo más de gente al local. Pero la noche estaba tranquila y yo era el único que ocupaba una mesa adentro. Todo el movimiento se resumía a alguna moza que salía, cada tanto, a atender las mesas de la calle. Hasta que entró un chico del lugar, de unos veinte años, y le pidió permiso al Quitu para usar la guitarra. Con una mezcla de timidez y pasión, empezó a soltar algunas canciones norteñas al aire. Como traídos por los acordes, aparecieron dos chicas y otro chico de la misma edad, vestidos con ropas folklóricas de la región. Al siguiente tema, ya los tres bailarines se mezclaban con la guitarra y la voz. Arrinconado en mi mesa me fui olvidando, primero de la notebook, luego del celular, de la cena y por último de la mesa misma. Fui atraído, como encantado, por la pasión que emanaban al expresar su arte. Las miradas al bailar, la sonrisa con lo que la hacían, la pasión en la voz acompañada por la guitarra, de golpe me encontraba como único espectador de un expresión totalmente espontanea y natural, por el simple hecho de disfrutar lo que llevaban en la sangre.
Intenté sacar algunas fotos, filmar algo, como para registrar, sino el momento, alguna imagen que me recordara la emoción. Pero no pude hacer mucho, cualquier distracción me molestaba, y sólo quería contemplar la oportunidad que se me regalaba. Fueron muchos temas, perdí la cuenta, pero no olvidaré nunca, la profunda sensación de encontrar una expresión artística tan pura y espontanea, realizada con intensa pasión. Luego la noche siguió, más gente llegó, se sumaron a mi mesa amigos del lugar y el tiempo retomo su andar normal. Pero la ventana que, por un tiempo, se había abierto a lo cotidiano, me había dejado marcado para siempre.
La noche terminó, y el día la desplazó del cielo, la mañana se me pasó recuperando el sueño de la noche anterior y, ya sobre el mediodía, aterricé en la pista de aviones para carretear durante 70 minutos y, de paso, medirme con mi pasado. A priori era un entrenamiento fácil, sólo había que llevar el corazón a ciertos latidos por poco más de una hora, sin tiempos para cumplir, sin ritmos que mantener. Pero la realidad demostraría lo contrario.
A los pocos metros noté que el avión no estaba en condiciones, supuse que quizás había que entrar un poco más en calor los motores, que, con algo más de rodaje, se podría llegar a tomar un poco de vuelo. Pero los kilómetros pasaban, y yo seguía pegado al piso, costaba levantar las pulsaciones, pero también, el ritmo de corrida. Si empujaba mucho, sentía que entraba en una zona en la cual, no podría estar por mucho tiempo, si aflojaba un poco, me caía en pulso. El cuerpo iba duro y, ni la subida, ni la bajada lo aflojaba. Ya por el ecuador del entrenamiento me fui resignando a que no era el día, y sólo busqué mantener la actitud, clavar la vista en el horizonte y correr atrás de ese punto al que nunca se llega. De una forma u otra, los setenta minutos llegaron a su fin, y al menos la alegría de completar otro entrenamiento más, me acompañó para no estar solo, con la amargura de no llegar a donde quería.
Ya frente a la notebook, revisando el año anterior, el impacto fue mayor, lo que hace doce meses había hecho a 3’53”/km, ahora daba un triste 4’04”/km. Mismas pulsaciones, casi 5.000 km de entrenamiento más encima, 11 segundo por kilómetro más lento, algo no cerraba. Buscando motivos con mi entrenador, Morales le apuntó al peso. ¿En cuánto estábamos? Es verdad, el descenso de peso había sido parte del éxito, en el cierre del 2014, pero ahora, quizás, habíamos perdido un poco el equilibrio. Le preguntamos a la balanza y nos contó que, no había diferencia, entre el que fui a los 16 años y ahora, 62 kg, quizás era poco volumen para llevar combustible. Otra vez, había una sola forma de saberlo (aunque ahora era más sabrosa), sería cuestión de comer más y ver qué pasaba.
Otra vez, un día de por medio para recuperar energías, pasó con un doble turno tranquilo, multisaltos y algunas rectas. Ahora sí, al día siguiente, vuelta a la pista. La mejor forma de ver, si lo que faltaba eran hidratos de carbono en el cuerpo, era en el ovalo. Siete pasadas de mil doscientos metros, no eran a un gran ritmo, pero el pasado pesaba y estaba ansioso de ver como lo resolvía. A correr y sacarse las dudas. Desde la primera me di cuenta que iba bien, que el ritmo iba a salir seguro hasta el final. Ahora quedaba saber la otra parte, a que costo sería. Fui controlando las pulsaciones en cada pausa, y fue una grata sorpresa, ver como descendían rápidamente antes de volver a largar. Así hasta el final, corriendo siempre controlado, dominando el entrenamiento. Terminé feliz, volví a ser yo, me había reconciliado con el atletismo.
"...el hermoso pueblo que siempre fue."
Todo se alineaba nuevamente, Cachi me parecía otra vez el hermoso pueblo que siempre fue, el viaje retomaba su curso, ya había pasado el noveno día de entrenamiento, y con sólo ocho por delante estábamos en la cima de la montaña rusa, era el momento de lanzarse a gastar los últimos cartuchos, a vivir la adrenalina de la bajada. Quedan por delante tres fondos largos y tres sesiones de pista. ¿Cómo se escribirán esas crónicas? ¿Qué anécdotas dejarán bajo este sol cacheño? Como tantas veces, lo descubriré corriendo.

¿Querés saber como empezó esta historia?Enterate acá:
La primera parte de mi estadía en Cachi
¿Querés saber como termina? Enterate acá:
La tercera y última parte de mi estadía en Cachi

                                                                                                                                                                                

viernes, 9 de enero de 2015

Cachi: Volviendo a encontrarme. Primer crónica.

El vuelo se cancela. Cuatro palabras te transforman, un día soñado, en una pesadilla. Meses esperándolo, semanas organizando mi mundo, días a las corridas ultimando detalles, horas previas de ansiedad. De golpe, pasó toda esa película por la cabeza, y me dejó un poco atontado, sin saber cómo seguir. Con la brújula reacomodada, preparé todo para salir hacía aeroparque, a actuar mi papel de cliente indignado, y furioso. Saliendo del departamento un nuevo email me frena, el vuelo se pasó para las 18 horas. A guardar el show y esperar algunas horas más, el viaje empezaba movido.
Y en el aire, seguía movido. La ruta de vuelo que tomamos, debía estar llena de baches, porque el avión era un zamba. Nota mental: no mirar la película Whisky Romeo Zulú antes de volar, al menos que quieras ir pensando, en una muerte inminente y catastrófica, desde Buenos Aires hasta Salta.
En la puerta del aeropuerto, llamando al remís con el que haría Salta-Cachi, ya todo dejó de moverse, y pasó a detenerse. O prácticamente. Es que sucede que, cuando se está desplazando muy rápido y de golpe la velocidad disminuye drásticamente, aunque aún se avance, parece que quedamos inmóviles. Del vértigo porteño, paso a escuchar una voz cacheña por el celular: “En 6 o 7 minutos llega el auto señor, estaba esperándolo en la ciudad.” Cuarenta minutos más tarde el auto pasa a buscarme y me deja claro que ahora el apuro es otro, entramos en universo cacheño y el tiempo se mide entre siestas y charlas. Ya no hay vuelta atrás, un llamado y me sacaron de la mátrix.
El primer día me recibe con una mañana en la pista, pero aunque esto muchas veces se asocie a intensidad, acá puede ser todo lo contrario. Es el único circuito plano, en cientos de kilómetros a la redonda. Si se quiere trotar tranquilo, sin luchar contra la gravedad, ese es el lugar. Y volver a pisar tartán me hace sentir cerca. Trote suave, trabajos técnicos y el mejor cierre al primer entrenamiento, los pies en el agua de deshielo de la acequia conectándome con el lugar.
Vuelvo a mi hostel, La Mamama, para almorzar, y me sorprenden caras conocidas. Casualmente, también se está alojando Matías Schiel con un triatleta amigo . Mi trote de la tarde ya no sería solo. Salimos a serpentear por “el mansito” un camino ondulante pero que, más allá de cortas subidas y bajadas, curvas y contracurvas, se mantiene siempre en el mismo nivel, haciendo honor a su apodo. Charlas, montañas y kilómetros, el primer día de entrenamiento llegaba a su fin y no se podía cerrar de mejor forma que volviendo a Del Sol. El restaurant, ubicado en frente de la plaza principal, donde cenábamos siempre hace un año, mezclando buena comida con música en vivo y la buena onda “del gordo”, el dueño del lugar. Llevé a los chicos y enseguida acordamos con “el gordo” que nos haga, durante nuestra estadía, un menú atleta: sano y barato. El primer día llegaba a su fin y yo sentía que volvía al mundo donde quería estar, que todo se alineaba nuevamente en un orden cósmico y secreto.
Segundo día, y ahora si le damos a la pista un uso más decente, una pasadas bien largas me empiezan a despertar las piernas y me recuerdan los 2.300 metros sobre el nivel del mar. Van empujadas por la alegría de hacer lo que quiero, en el lugar que quiero y de la forma que quiero, en fin, van fáciles. Al final de cada recta las montañas me contemplan imponentes y milenarias, la pista está vacía, todos madrugaron más que yo, pero no me encuentro solo, estoy conmigo mismo, en el sentido más profundo de la frase.
Por la tarde, otra vez, el trote es entre varios. Llegamos a seis, un buen número, para ser un pequeño pueblito perdido en la montaña. Matías nos lleva por un circuito nuevo para mí, denominado “las quintas”, así que entre charlas y nuevos caminos, no me doy mucha cuenta de que se acabaron los 45 minutos. A la noche en Del Sol, “el Quitu”, el músico exclusivo del lugar, toca mi canción preferida, la que descubrí acá hace un año, la que estuve recordando estos doce meses, y mis jóvenes raíces penetran, aún más, en esta tierra reseca y soleada.
Es difícil conciliar el sueño en la altura, al menos en los primeros días, al cuerpo le cuesta acostumbrarse a descansar, con la exigencia constante de la falta de oxigeno. Horas dando vuelta en la cama con a luz apagada. Al otro día tengo que correr contra mí mismo, contra el que fui un año atrás. ¿Cómo me puedo ganar sin dormir lo necesario? Pero sin importarle nada, el despertador suena, y me recuerda que, más tarde, será peor. El sol ya emprendió, hace rato, su carrera hacía la cumbre del cielo, y las sombras cada vez son más cortas. Hay que salir lo antes posible. El reencuentro conmigo, es en el circuito de Cachi Adentro, poco más de 20 kilómetros, donde al llegar a la mitad, se tocan los 2.600 msnm, para luego descender y cerrar el anillo que rodea el valle. El año pasado, también al tercer día de llegar, fui llevado de tiro por mi entrenador, Ezequiel Morales; aún recuerdo la alegría al retornar al pueblo. Doce meses más tarde estoy solo, pero más entrenado. ¿Hasta dónde me puedo llevar a mi mismo? Como tantas veces, sólo lo  descubriré corriendo.
Circuito Cachi Adentro
A medida que asciendo los recuerdos se reencuentran con el lugar, cruzo puentes, vados, curvas cerradas, largos ascensos, todos esos cuadros estaban en mi memoria, pero viene restaurarlos. El tiempo corre en mi muñeca, pero no quiero mirarlo hasta llegar a la cima. Es difícil calcular quien va adelante, si yo o el que fui hace un año, pero me enfoco en correr y en mantener la actitud apuntando a la cima. Recién cuando llego a lo más alto, marco el lap y controlo con mi pasado. Poco más de dos minutos más rápido del que fui, me empujan a descender levantando siempre las rodillas, dejando que el camino haga el resto. El regreso es engañoso, siempre parece que falta mucho, hasta que de golpe, estás adentro del pueblo y todo termina. Son los últimos metros, dos cuadras adoquinadas en bajada, no exagero: no puedo contener la sonrisa. Me saqué la duda, corrí cuatro minutos más rápido, ya estoy metido de lleno en Cachi, las puertas están abiertas para buscar más de mí.
Por la tarde, luego de la inapelable siesta, llega el descanso. Todo el pueblo para mí; para disfrutarlo a mi manera; leyendo, escribiendo, elongando, paseando, dejándome llevar por sus calles detenidas en el tiempo, para yo también detenerme, dejar de correr y sentir que ya llegué.
Enterate como sigue la historia: La segunda parte de mi estadía en Cachi
La tercera y última parte de mi estadía en Cachi