Disney desplegaba su magia sobre el asfalto de Puerto Madero
y yo daba las últimas zancadas de un año mágico. La misma incertidumbre que hay
en cualquier línea de largada me acompañaba en mis primeros pasos por Cachi, donde fui a buscar que podía hacer la falta de oxigeno en mi cuerpo.
De la misma forma que el pelotón me impuso su ritmo, las montañas cacheñas me marcaron el cuerpo. Un inicio duro pero que me fue
formando para lo que vendría, el organismo tenía que acostumbrarse sobre la
marcha y aún había mucho por recorrer.
Ya llegando al primer kilómetro, empezó a aparecer la
velocidad, las piernas se quería poner ligeras. Eran finales de febrero y yo
debutaba en los 3.000 metros sintiendo pasar rápido el tartán bajo mis clavos.
Pero, a poco de empezar, las sensaciones no eran las esperadas,
no respondía tan bien como quería. Lo mismo pasaba sobre las calles de General
Rodríguez para los 8k Maratón Rotary a principios de marzo, sentía que se podía
ir mejor pero no lo lograba.
Buscaba encontrar sensaciones positivas por cualquier lado,
hubo buenos momentos, incluso disfrutando el transcurso de la carrera en un
pelotón con grandes amigos como Javier Carriqueo y Félix Sánchez. Este último fu el mismo que
me ganó por centésimas en 5.000 metros a finales de marzo en el CeNARD.
Pero lo importante estaba aún por llegar, el momento en que
se empieza a ver realmente como está cada uno en el pelotón de punta. Era como
al arribar a Rosario, ya por finales de abril, a mi primer Campeonato Nacional de 10.000 metros, a medirme con los mejores del país.
Y cuando por la mitad de los 7k el pelotón me probó, quedó
claro que no era mi mejor momento, poco a poco vi como se alejaban Javier
Carriqueo, Félix Sánchez, Lucas Negro y Eusebio Moyano, mis ansias de podio se evaporaban en el calor del asfalto porteño. Así, también Moyano se me alejaba, a principio de mayo, en unos nuevos 5.000 metros,
donde muy lejos de lo esperado, giraba por el ovalo del CeNARD en una tormenta
interior.
A pesar de la distancia, pude acomodar el ritmo y notar que ya no me abrían, que aún había alguna esperanza. El Campeonato Metropolitano, a mitad de año, también me devolvió las ilusiones, principalmente al coronarme bicampeón de 10.000 metros pero también al arañar el podio perdiendo el tercer puesto sobre la recta final en los 5.000 metros.
En la carrera de Disney porque empecé a valorar otras cosas,
a disfrutar correr más allá del resultado, a sentir que a pesar del cansancio
podía seguir marchando a buen ritmo. En el año porque, a partir de allí, reenfoqué las prioridades principalmente, mejoré mucho mi peso, llegando abajar ocho kilos desde Río a la carrera más importante del semestre. Sin duda, de allí en adelante todo sería mejor.
Recorrer los últimos kilómetros a la par de los corredores
de 3k, recibir el aliento de la gente, vivenciar los últimos minutos en competencia
de un gran 2014 fueron oleadas de alegría que iban recuperando mi cuerpo. Ya a
mitad de agosto, participar en el Campeonato Metropolitano de Cross y subir a un
podio de grandes atletas, también, me mostró que se podía encauzar por el camino
correcto. Lo que, al poco tiempo, se confirmó ganando los 8k de Makro en Vicente
Lopez; ahora sí, podía enfrentar el final de mejor forma.
Últimas calles y cada paso en carrera lo vivo más plenamente,
ya solo corriendo por placer. Así llega la temporada de pista de primavera, fue
una seguidilla de 3.000 en 8’44”, 5.000 en 15’09”, para terminar en la Copa Nacional de Clubes con 10.000 metros en 31’34” que viví y disfruté por
completo, coronando la experiencia con podios en las tres carreras y la
sensación de que todo era perfecto, pero que también se podía buscar mucho más.
Se ve el arco rodeado de una multitud de gente, distingo a
mi hermano y a mi prima entre la muchedumbre, ya no importa nada, todo salió bien
más allá del resultado, de la misma forma que, aunque los 8k de Philips y los
10.000 del CeNARD, en noviembre, no salieron exactos como los deseaba, todo
cerraba un gran ciclo. Sin exagerar, fue un año mágico.
Año 2011, versión calabaza |
La misma magia que revive a una bella durmiente o convierte
una calabaza en carroza, transformó, en tan solo cuatro años, a un paciente de 85 kilos, que obligado por
su nutricionista empieza a correr dos veces por semana, en un atleta que disfruta todas las horas del día del correr.
Año 2014, versión carroza |
Todas las horas
porque no es sólo el entrenamiento (sin duda de lo mejor del día), sino
también el escribir sobre correr, ya sea para el blog, para la columna en La Palabra, o para RunFitners; descubrir nuevas personas casi a diario
con quienes compartir esta pasión; los viajes a nuevos lugares para competir o
entrenar; el sentirse mimado en cada carrera de calle; el sentirse como en casa
en la pista del CeNARD; sorprenderse en noches de insomnio cuando me duermo más fácil si imagino vueltas en esa pista; saberme plenamente el
protagonista de mi historia. Esencialmente corro porque me gusta, pero ahora
también para que la magia no se acabe, para que la calabaza siga siendo carroza.