martes, 29 de julio de 2014

Crónicas cariocas VI

Con la entrada a la Bahía de Guanabara a mis espaldas
La playa a la derecha, los morros a la izquierda, pasan las playas, pasan los morros, primero quedó atrás San Francisco, luego Charitas, más tarde Jurujuba, las dos pequeñas playitas de Adán y Eva, vamos bordeando toda la bahía de Guanabara camino al fuerte que vigila su entrada. Me acompaña Ezequiel, aún se siente un poco las cuestas de ayer pero no es grave, se avanza, el sol por fin salió y las postales se van sucediendo unas tras otras, antes de que me dé cuenta ya estamos llegando, lo recordaba más lejano de mi anterior viaje. Y llegamos, el Pan de Azúcar en la otra punta de la entrada a la bahía, a solo 1.600 metros, parece muy cerca, como la proa de un barco que lleva a todo Río de Janeiro a bordo. Ya de regreso los pasos se van soltando más, la mañana brilla fuerte, las playas vuelven a desfilar radiantes. 
Sigo los últimos minutos solos, entro en la estrada Froes, me siento en el punto justo entre cansancio y disfrute. Hasta que termino la hora y cuarto de trote en el Team de Ezequiel, allí también están Sole y Phillipe y varios alumnos. Ese placer inexplicable que se siente apenas terminar un entrenamiento me recorre todo el cuerpo.
Desde la playa el mar me observa como invitándome, no hay casi olas, el sol pega pleno, si bien el calor no es abrazador, estoy bañado en transpiración y tengo todo el calor que necesito por dentro. Me meto hasta la cintura, es casi una pileta salada, las piernas lo agradecen, se aflojan, se relajan. La sensación de plenitud está en la piel. El leve vaivén del mar me acaricia. Salgo a buscar a Phillipe y lo entro a caballito. Doy postal padre de vacaciones. Y luego salgo para que todos volvamos al departamento, es media mañana pero parece que ya está el día ganado.

A la tarde toca descanso, mañana vamos a la pista y sospecho que se va a necesitar la tarde libre de hoy. Es un muy buen plan disfrutar de mi novela favorita, El retrato de Dorian Gray, esta vez en idioma original, si alguien quiere recordar un personaje literario por siempre, o se lee mil cuatrocientas páginas y se enamora del Quijote o le hacemos precio y por solo doscientos cincuenta sin duda va a quedar atrapado para siempre con el encantador Dorian Gray. 

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