Tengo una relación extraña con las carreras de cross
country, no las entreno ni las preparo específicamente, no descargo mucho antes
de largarlas, no me importa tanto el resultado, pero me gusta mucho correrlas. Las
siento como un entrenamiento de altísima calidad.
La temporada de cross de la FAM llegaba a su fin y se
despedía con la Copa Metropolitana de Cross Country de Clubes. No había estado
en ninguna de las fechas anteriores, pero no desaproveché la última y me anoté
en lo que se denomina el cross largo, de ocho kilómetros, siendo el corto de
cuatro. En un mediodía perfecto para correr, con un sol primaveral, una
temperatura ideal para disfrutar del ejercicio y una leve brisa que despegaba
el sudor, conocí la Sociedad Alemana de Gimnasia de Villa Ballester, nos
ofreció un hermoso predio aprovechado plenamente para trazar un circuito de
cross repleto de desafíos: muchas curvas pero sabiamente pocas en “U”, un par de fosas de
barro espeso hasta el tobillo, otro par de fosas de arena, varios desniveles
que invitaban a lanzarse y un constante oscilar cambiando de direcciones que
permitía correr suelto. Todo esto mantenía alerta la mente y desafiaba la
coordinación a medida que el cansancio se derramaba por las piernas.
Según la modalidad de la copa todos los participantes
sumarían puntos para sus clubes, obviamente dando una mayor valoración a los
primeros puestos, lo que hizo que todas las instituciones vinculadas a
Federación de Atletismo Metropolitano se presentaran luciendo cantidad y
calidad de atletas en búsqueda de un lugar entre los mejores clubes. Lo cual, acompañado
por el día que invitaba a correr, hizo que nuestra carrera tuviese en la línea de
salida a ciento un dálmatas atletas listos para salir disparados al
silbatazo.
Este no se hizo esperar y se partió hacia las cinco vueltas como
en todo cross; queriendo ganar en el primer giro.
Esta vez busqué no
contagiarme del entusiasmo inicial generalizado y preferí mirar desde atrás al
principio, aunque eso me llevo a quedar encerrado en algunos tramos, poco a
poco el envión anímico empezó a chocarse con la realidad y pude ir escalando
posiciones. Si bien a mitad de la primera vuelta iría afuera de los diez
primeros, ya terminando el primer giro (que tendría unos 1.200 metros) pude
ubicarme en cuarta posición. La punta iba cabeza a cabeza entre Luis Ortiz y
Antonio Poblete, y entre ellos y yo marcha en solitario Marcos Billén.
A poco de largar |
Ya en séptima ubicación |
Si algo aprendí entrenado con mi inseparable compañero
Fernando Belossi es a mirar la nuca siempre y correr hasta alcanzar, así que eso
hice. Aunque me parecía un poco irrespetuoso de mi parte, por la trayectoria
atlética de quien me precedía, puse los ojos en Billén y fui buscando achicar
el espacio paso a paso. En la segunda vuelta la diferencia no disminuyó mucho,
pero ya en la tercera lo veía más posible, hasta que pasada la mitad lo pude
conectar. Ni bien llegué me alentó a que buscara más adelante, pero fui sincero
cuando le dije que quería disfrutar el momento de correr un poco a la par de
él. Ya llegando al final de la vuelta sentí que había que indagar cuanta
energía me quedaba y, nuevamente alentado por Marcos, mis ojos se fueron tras
Antonio Poblete.
En búsqueda del segundo |
La batalla con Ortiz ya estaba decidida pero la lucha lo
había llevado bien adelante, la brecha era muy grande y yo había gastado
bastante para lograr la tercera ubicación. Pero nuevamente la mirada sostenida
ayudó a erosionar distancias y en el transcurso de la cuarta vuelta, incluso
hasta bien entrado el quinto y último giro el segundo puesto se hacía cada vez más
cercano. Faltando 500 metros la diferencia seria de poco más de veinte metros,
es tan poco y es tanto a esas alturas; seguí mirando, seguí buscando pero sin
duda no quedaba mucho más en mis piernas y las de Poblete se mostraron más
enteras sobre el final, incluso para distanciarse un poco antes de la llegada
cruzando la línea ocho segundos antes que yo.
Disfrutando la llegada |
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