El vuelo se cancela.
Cuatro palabras te transforman, un día soñado, en una pesadilla. Meses
esperándolo, semanas organizando mi mundo, días a las corridas ultimando
detalles, horas previas de ansiedad. De golpe, pasó toda esa película por la
cabeza, y me dejó un poco atontado, sin saber cómo seguir. Con la brújula
reacomodada, preparé todo para salir hacía aeroparque, a actuar mi papel de
cliente indignado, y furioso. Saliendo del departamento un nuevo email me
frena, el vuelo se pasó para las 18 horas. A guardar el show y esperar algunas
horas más, el viaje empezaba movido.
Y en el aire, seguía
movido. La ruta de vuelo que tomamos, debía estar llena de baches, porque el
avión era un zamba. Nota mental: no mirar la película Whisky Romeo Zulú antes
de volar, al menos que quieras ir pensando, en una muerte inminente y
catastrófica, desde Buenos Aires hasta Salta.
En la puerta del
aeropuerto, llamando al remís con el que haría Salta-Cachi, ya todo dejó de
moverse, y pasó a detenerse. O prácticamente. Es que sucede que, cuando se está
desplazando muy rápido y de golpe la velocidad disminuye drásticamente, aunque
aún se avance, parece que quedamos inmóviles. Del vértigo porteño, paso a
escuchar una voz cacheña por el celular: “En 6 o 7 minutos llega el auto señor,
estaba esperándolo en la ciudad.” Cuarenta minutos más tarde el auto pasa a
buscarme y me deja claro que ahora el apuro es otro, entramos en universo
cacheño y el tiempo se mide entre siestas y charlas. Ya no hay vuelta atrás, un
llamado y me sacaron de la mátrix.
El primer día me recibe
con una mañana en la pista, pero aunque esto muchas veces se asocie a
intensidad, acá puede ser todo lo contrario. Es el único circuito plano, en
cientos de kilómetros a la redonda. Si se quiere trotar tranquilo, sin luchar
contra la gravedad, ese es el lugar. Y volver a pisar tartán me hace sentir
cerca. Trote suave, trabajos técnicos y el mejor cierre al primer
entrenamiento, los pies en el agua de deshielo de la acequia conectándome con
el lugar.
Vuelvo a mi hostel, La Mamama,
para almorzar, y me sorprenden caras conocidas. Casualmente, también se está
alojando Matías Schiel con un triatleta amigo . Mi trote de la tarde ya no sería
solo. Salimos a serpentear por “el mansito” un camino ondulante pero que, más
allá de cortas subidas y bajadas, curvas y contracurvas, se mantiene siempre en
el mismo nivel, haciendo honor a su apodo. Charlas, montañas y kilómetros, el
primer día de entrenamiento llegaba a su fin y no se podía cerrar de mejor
forma que volviendo a Del Sol. El restaurant, ubicado en frente de la plaza
principal, donde cenábamos siempre hace un año, mezclando buena comida con
música en vivo y la buena onda “del gordo”, el dueño del lugar. Llevé a los
chicos y enseguida acordamos con “el gordo” que nos haga, durante nuestra
estadía, un menú atleta: sano y barato. El primer día llegaba a su fin y yo
sentía que volvía al mundo donde quería estar, que todo se alineaba nuevamente
en un orden cósmico y secreto.
Segundo día, y ahora si le damos a
la pista un uso más decente, una pasadas bien largas me empiezan a despertar
las piernas y me recuerdan los 2.300 metros sobre el nivel del mar. Van
empujadas por la alegría de hacer lo que quiero, en el lugar que quiero y de la
forma que quiero, en fin, van fáciles. Al final de cada recta las montañas me
contemplan imponentes y milenarias, la pista está vacía, todos madrugaron más
que yo, pero no me encuentro solo, estoy conmigo mismo, en el sentido más
profundo de la frase.
Por la tarde, otra vez, el trote
es entre varios. Llegamos a seis, un buen número, para ser un pequeño pueblito
perdido en la montaña. Matías nos lleva por un circuito nuevo para mí,
denominado “las quintas”, así que entre charlas y nuevos caminos, no me doy mucha
cuenta de que se acabaron los 45 minutos. A la noche en Del Sol, “el Quitu”, el
músico exclusivo del lugar, toca mi canción preferida, la que descubrí acá hace
un año, la que estuve recordando estos doce meses, y mis jóvenes raíces
penetran, aún más, en esta tierra reseca y soleada.
Es difícil conciliar el sueño en
la altura, al menos en los primeros días, al cuerpo le cuesta acostumbrarse a
descansar, con la exigencia constante de la falta de oxigeno. Horas dando
vuelta en la cama con a luz apagada. Al otro día tengo que correr contra mí
mismo, contra el que fui un año atrás. ¿Cómo me puedo ganar sin dormir lo
necesario? Pero sin importarle nada, el despertador suena, y me recuerda que,
más tarde, será peor. El sol ya emprendió, hace rato, su carrera hacía la
cumbre del cielo, y las sombras cada vez son más cortas. Hay que salir lo antes
posible. El reencuentro conmigo, es en el circuito de Cachi Adentro, poco más
de 20 kilómetros, donde al llegar a la mitad, se tocan los 2.600 msnm, para
luego descender y cerrar el anillo que rodea el valle. El año pasado, también
al tercer día de llegar, fui llevado de tiro por mi entrenador, Ezequiel
Morales; aún recuerdo la alegría al retornar al pueblo. Doce meses más tarde
estoy solo, pero más entrenado. ¿Hasta dónde me puedo llevar a mi mismo? Como
tantas veces, sólo lo descubriré
corriendo.
Circuito Cachi Adentro |
A medida que asciendo los
recuerdos se reencuentran con el lugar, cruzo puentes, vados, curvas cerradas,
largos ascensos, todos esos cuadros estaban en mi memoria, pero viene restaurarlos.
El tiempo corre en mi muñeca, pero no quiero mirarlo hasta llegar a la cima. Es
difícil calcular quien va adelante, si yo o el que fui hace un año, pero me
enfoco en correr y en mantener la actitud apuntando a la cima. Recién cuando
llego a lo más alto, marco el lap y controlo con mi pasado. Poco más de dos
minutos más rápido del que fui, me empujan a descender levantando siempre las
rodillas, dejando que el camino haga el resto. El regreso es engañoso, siempre
parece que falta mucho, hasta que de golpe, estás adentro del pueblo y todo
termina. Son los últimos metros, dos cuadras adoquinadas en bajada, no exagero:
no puedo contener la sonrisa. Me saqué la duda, corrí cuatro minutos más
rápido, ya estoy metido de lleno en Cachi, las puertas están abiertas para buscar
más de mí.
Por la tarde, luego de la
inapelable siesta, llega el descanso. Todo el pueblo para mí; para disfrutarlo
a mi manera; leyendo, escribiendo, elongando, paseando, dejándome llevar por
sus calles detenidas en el tiempo, para yo también detenerme, dejar de correr y
sentir que ya llegué.
Enterate como sigue la historia: La segunda parte de mi estadía en Cachi
La tercera y última parte de mi estadía en Cachi
Enterate como sigue la historia: La segunda parte de mi estadía en Cachi
La tercera y última parte de mi estadía en Cachi
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