viernes, 9 de enero de 2015

Cachi: Volviendo a encontrarme. Primer crónica.

El vuelo se cancela. Cuatro palabras te transforman, un día soñado, en una pesadilla. Meses esperándolo, semanas organizando mi mundo, días a las corridas ultimando detalles, horas previas de ansiedad. De golpe, pasó toda esa película por la cabeza, y me dejó un poco atontado, sin saber cómo seguir. Con la brújula reacomodada, preparé todo para salir hacía aeroparque, a actuar mi papel de cliente indignado, y furioso. Saliendo del departamento un nuevo email me frena, el vuelo se pasó para las 18 horas. A guardar el show y esperar algunas horas más, el viaje empezaba movido.
Y en el aire, seguía movido. La ruta de vuelo que tomamos, debía estar llena de baches, porque el avión era un zamba. Nota mental: no mirar la película Whisky Romeo Zulú antes de volar, al menos que quieras ir pensando, en una muerte inminente y catastrófica, desde Buenos Aires hasta Salta.
En la puerta del aeropuerto, llamando al remís con el que haría Salta-Cachi, ya todo dejó de moverse, y pasó a detenerse. O prácticamente. Es que sucede que, cuando se está desplazando muy rápido y de golpe la velocidad disminuye drásticamente, aunque aún se avance, parece que quedamos inmóviles. Del vértigo porteño, paso a escuchar una voz cacheña por el celular: “En 6 o 7 minutos llega el auto señor, estaba esperándolo en la ciudad.” Cuarenta minutos más tarde el auto pasa a buscarme y me deja claro que ahora el apuro es otro, entramos en universo cacheño y el tiempo se mide entre siestas y charlas. Ya no hay vuelta atrás, un llamado y me sacaron de la mátrix.
El primer día me recibe con una mañana en la pista, pero aunque esto muchas veces se asocie a intensidad, acá puede ser todo lo contrario. Es el único circuito plano, en cientos de kilómetros a la redonda. Si se quiere trotar tranquilo, sin luchar contra la gravedad, ese es el lugar. Y volver a pisar tartán me hace sentir cerca. Trote suave, trabajos técnicos y el mejor cierre al primer entrenamiento, los pies en el agua de deshielo de la acequia conectándome con el lugar.
Vuelvo a mi hostel, La Mamama, para almorzar, y me sorprenden caras conocidas. Casualmente, también se está alojando Matías Schiel con un triatleta amigo . Mi trote de la tarde ya no sería solo. Salimos a serpentear por “el mansito” un camino ondulante pero que, más allá de cortas subidas y bajadas, curvas y contracurvas, se mantiene siempre en el mismo nivel, haciendo honor a su apodo. Charlas, montañas y kilómetros, el primer día de entrenamiento llegaba a su fin y no se podía cerrar de mejor forma que volviendo a Del Sol. El restaurant, ubicado en frente de la plaza principal, donde cenábamos siempre hace un año, mezclando buena comida con música en vivo y la buena onda “del gordo”, el dueño del lugar. Llevé a los chicos y enseguida acordamos con “el gordo” que nos haga, durante nuestra estadía, un menú atleta: sano y barato. El primer día llegaba a su fin y yo sentía que volvía al mundo donde quería estar, que todo se alineaba nuevamente en un orden cósmico y secreto.
Segundo día, y ahora si le damos a la pista un uso más decente, una pasadas bien largas me empiezan a despertar las piernas y me recuerdan los 2.300 metros sobre el nivel del mar. Van empujadas por la alegría de hacer lo que quiero, en el lugar que quiero y de la forma que quiero, en fin, van fáciles. Al final de cada recta las montañas me contemplan imponentes y milenarias, la pista está vacía, todos madrugaron más que yo, pero no me encuentro solo, estoy conmigo mismo, en el sentido más profundo de la frase.
Por la tarde, otra vez, el trote es entre varios. Llegamos a seis, un buen número, para ser un pequeño pueblito perdido en la montaña. Matías nos lleva por un circuito nuevo para mí, denominado “las quintas”, así que entre charlas y nuevos caminos, no me doy mucha cuenta de que se acabaron los 45 minutos. A la noche en Del Sol, “el Quitu”, el músico exclusivo del lugar, toca mi canción preferida, la que descubrí acá hace un año, la que estuve recordando estos doce meses, y mis jóvenes raíces penetran, aún más, en esta tierra reseca y soleada.
Es difícil conciliar el sueño en la altura, al menos en los primeros días, al cuerpo le cuesta acostumbrarse a descansar, con la exigencia constante de la falta de oxigeno. Horas dando vuelta en la cama con a luz apagada. Al otro día tengo que correr contra mí mismo, contra el que fui un año atrás. ¿Cómo me puedo ganar sin dormir lo necesario? Pero sin importarle nada, el despertador suena, y me recuerda que, más tarde, será peor. El sol ya emprendió, hace rato, su carrera hacía la cumbre del cielo, y las sombras cada vez son más cortas. Hay que salir lo antes posible. El reencuentro conmigo, es en el circuito de Cachi Adentro, poco más de 20 kilómetros, donde al llegar a la mitad, se tocan los 2.600 msnm, para luego descender y cerrar el anillo que rodea el valle. El año pasado, también al tercer día de llegar, fui llevado de tiro por mi entrenador, Ezequiel Morales; aún recuerdo la alegría al retornar al pueblo. Doce meses más tarde estoy solo, pero más entrenado. ¿Hasta dónde me puedo llevar a mi mismo? Como tantas veces, sólo lo  descubriré corriendo.
Circuito Cachi Adentro
A medida que asciendo los recuerdos se reencuentran con el lugar, cruzo puentes, vados, curvas cerradas, largos ascensos, todos esos cuadros estaban en mi memoria, pero viene restaurarlos. El tiempo corre en mi muñeca, pero no quiero mirarlo hasta llegar a la cima. Es difícil calcular quien va adelante, si yo o el que fui hace un año, pero me enfoco en correr y en mantener la actitud apuntando a la cima. Recién cuando llego a lo más alto, marco el lap y controlo con mi pasado. Poco más de dos minutos más rápido del que fui, me empujan a descender levantando siempre las rodillas, dejando que el camino haga el resto. El regreso es engañoso, siempre parece que falta mucho, hasta que de golpe, estás adentro del pueblo y todo termina. Son los últimos metros, dos cuadras adoquinadas en bajada, no exagero: no puedo contener la sonrisa. Me saqué la duda, corrí cuatro minutos más rápido, ya estoy metido de lleno en Cachi, las puertas están abiertas para buscar más de mí.
Por la tarde, luego de la inapelable siesta, llega el descanso. Todo el pueblo para mí; para disfrutarlo a mi manera; leyendo, escribiendo, elongando, paseando, dejándome llevar por sus calles detenidas en el tiempo, para yo también detenerme, dejar de correr y sentir que ya llegué.
Enterate como sigue la historia: La segunda parte de mi estadía en Cachi
La tercera y última parte de mi estadía en Cachi




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